Había una vez un carpintero que parecía tener su vida resuelta. Tenía su taller, su pareja y dos hijos. Sin embargo, un día comenzó a tener menos pedidos, por lo que llegaron los problemas económicos. El hombre que quería mantener su trabajo, llevó a cabo distintas ideas con la intención de sacar su taller adelante, pero ninguna daba resultado. El carpintero se sentía desanimado, nada de lo que hacía parecía tener sentido, puesto que las cosas iban cada vez peor. Un día, a punto de tirar la toalla, decidió ir al bosque a ver a un viejo sabio.

Había caminado una media hora por el bosque cuando se encontró con el anciano. Éste tenía una casa humilde pero al ver al carpintero y su rostro de preocupación lo invitó a pasar para que tomara un té. El carpintero le contó sus desventuras mientras el anciano lo escuchaba atenta y serenamente. Cuando terminaron de tomar el té, el anciano invitó al carpintero a ver un gran solar en la parte trasera de la casa. Allí había un helecho y un bambú. El anciano le pidió que observara ambas plantas y le contó su historia:

“Hace ocho años cogí unas semillas y planté el helecho y el bambú al mismo tiempo. Quería que ambas plantas crecieran en mi jardín y puse todo mi empeño en cuidarlas como si fueran un tesoro. Poco tiempo después noté que el helecho y el bambú respondían de manera diferente a mis cuidados. El helecho comenzó a brotar y en apenas unos meses se convirtió en una majestuosa planta que lo adornaba todo con su presencia. El bambú, en cambio, seguía debajo de la tierra, sin dar muestras de vida.

Pasó todo un año y el helecho seguía creciendo mientras que el bambú no. Sin embargo, no me di por vencido. Seguí cuidándolo con mayor esmero. Aun así pasó otro año y mi trabajo no daba frutos, pero tampoco me di por vencido. Cuando pasaron cinco años un día por fin vi que salía de la tierra una pequeña rama. Al día siguiente estaba mucho más grande, y en pocos meses se convirtió en un portentoso bambú de más de diez metros ¿Sabes por qué tardó tanto tiempo en salir?”

El anciano continuó hablando: “Tardó cinco años porque durante todo ese tiempo la planta trabajaba en echar raíces. Sabía que tenía que crecer muy alto y por eso no podía salir a la luz hasta que no tuviera una base firme que le permitiera elevarse satisfactoriamente ¿Comprendes?”

El carpintero entonces comprendió que todas sus luchas estaban destinadas a echar raíces, y que el hecho de no ver los frutos de su trabajo en ese momento no significaba que estuviera perdiendo el tiempo, sino que se estaba haciendo más fuerte.

El anciano le dijo antes de despedirse: “Esta historia debe recordarte que no importa cuánto tarde algo en dar sus frutos. Lo más importante en un momento difícil no es buscar a toda costa ver resultados. En cambio, lo fundamental es trabajar arduamente en las raíces. Pues sólo gracias a ellas podrás crecer y convertirte en la mejor versión de ti mismo.”

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